¿A que tenemos más miedo a fracasar o a no saber lidiar con el éxito?



La obnubilación producida por el miedo al fracaso, provoca la ofuscación que nos induce a tener miedo al éxito.”



Cuando enfrentamos, en cualquier aspecto de nuestra vida, un nuevo reto, solemos proponernos ciertas metas para llevar a cabo y, en muchas ocasiones, entre la presión de la sociedad y las pretensiones demasiado elevadas que nos fijamos, comenzamos a convivir con un sentimiento tan frustrante como peligroso, el fracaso. Normalmente el fracaso esta compuesto por, como ya he dicho, exigencias exageradas, falta de visión total de la situación y, más pronto o más tarde, falta de autoestima, un cóctel que sumado a la aberrante presión que nos autoinfligimos a través del mal uso de las redes sociales, llega a producir un estado angustioso a la hora de emprender caminos nuevos.
Pero el peor de los efectos que tiene este continuo coqueteo con el fracaso, es que acaba por producirnos miedo a su antónimo, el éxito. Parece una grandísima idiotez, pero es algo mucho más común de lo que nos pensamos. El insostenible asedio de la sociedad hacia la mediocridad, nos impulsa irremediablemente hacia una exigencia innecesaria e insana, producto de un mundo de fantasía creado expresamente para provocar el consumo compulsivo de todo tipo de cosas, hecho que nos lleva a apretarnos los tornillos continuamente, sin darnos la más mínima cuenta de que los estamos pasando de rosca sin ningún motivo lógico. El inconveniente viene cuando conseguimos una meta no prevista, un logro que supera nuestras expectativas, ya de por sí elevadas y que no entraba en nuestros planes. Lo más lógico sería comenzar a sacarle partido a este logro, la cuestión es que llevamos tan interiorizado el miedo al fracaso, que en vez de exprimir todo el zumo cuando la fruta esta en su punto, vamos catando por miedo a que no sea demasiado verde y acaba por pasarse por completo. Puesta esta analogía, explicar que el mismo miedo que nos produce el fracaso, al coexistir diariamente con él, nos impulsa a temer el éxito con mayor intensidad si cabe, porque, si no hay mayor éxito que salir de un fracaso, no hay mayor fracasos que caer en el momento de más éxito, un razonamiento que, si totalmente lógico y coherente, también viene inducido por otro de nuestros peores enemigos, nosotros mismos, la poca o nula confianza que tenemos en nuestra valía como personas.
No nos paramos a pensar que si nos ha llegado ese momento de éxito repentino, posiblemente sea porque, detrás de todo ese momento propicio, ha habido un trabajo bien hecho y muchos errores subsanados, lo primero en lo que pensamos es, ¿cómo gestiono esta situación si mi compañero de viaje siempre ha sido el fracaso? La respuesta reside en la misma pregunta, ya que el éxito y el fracaso deben gestionarse igual, con coherencia y determinación, la misma formula que te hace levantarte después de un tropiezo, es interpolable para avanzar decididamente y con cierta solvencia en un escenario positivo, tan solo los diferencia que, en uno debes comenzar de nuevo y en el otro debes continuar lo ya andado, sin dejar de mirar directamente a los ojos tanto al fracaso como al éxito, porque aún siendo opuestos, siempre van de la mano.

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