¿Qué tan decisivo para nuestras vidas puede ser afrontar nuestros miedos?




No hay mayor reto en la vida que el que te plantean tus propios miedos. Luchar para superarlos, conlleva crecer como persona y, en consecuencia, ser más útil para quienes no pueden superarlos.”



El lastre que supone en nuestras vidas el miedo a ciertas cosas, es un escollo que a veces, es capaz de frenarnos totalmente a la hora de emprender nuevos retos, o simplemente, a la hora de tomar decisiones que, sin dichos miedos, serían totalmente sencillas de tomar. La incidencia que tienen sobre nosotros, se hace aún más evidente cuando la limitación que nos supone tenerlos, puede afectar directamente a terceras personas, sumando a ese miedo, la frustración que produce no poder actuar ante tales situaciones.
El miedo como tal, no es un hecho aislado, ni una situación que debamos tomar como negativa en su totalidad, ya que miedo, en una u otra medida, tenemos todos a cosas puntuales. La diferencia que se nos puede plantear, es afrontar nuestros miedos de una forma en la que podamos controlar nuestras emociones, o quedarnos inmóviles ante dichos miedos y, así, alimentar más y más nuestro temor a no superarlos nunca.
Podríais pensar, que es fácil de decir, pero a la hora de hacerlo no es tan sencillos. Es lógico, pero todos tenemos nuestros fantasmas que nos persiguen, esos miedos, que a veces sin sentido, nos nublan la realidad que hay detrás de ellos, porque no son los grandes miedos a situaciones límites los que más nos limitan a la hora de avanzar, sino todo lo contrario, son esos pequeños temores a situaciones muy puntuales los que más marcan nuestra falta de evolución, tanto como trabajadores, como en la parcela de lo personal. Dichos miedos, como el miedo a no estar a la altura de las circunstancias, o el de equivocarse a la hora de tomar una decisión, son frenos constantes en nuestra vida y son tan sencillos de superar como, dar el paso sin pensarlo en ese momento, sabiendo que siempre puede haber consecuencias. Hoy en día tememos tanto a las posibles consecuencias de nuestras decisiones, ya sea en trabajos, en relaciones, o en comprar o no una vivienda, que procedemos, a veces, de una forma irracional, sobretodo cuando lo miramos desde un tercer plano, o sea, cuando esa decisión la debe tomar otra persona.
En principio, hay que asumir que cualquier decisión, ya sea buena, mala o regular, conlleva unas consecuencias directas, también buenas, malas o regulares, pero no tomarla, siempre tiene consecuencias negativas para nosotros, porque merma nuestra capacidad de decisión y en consecuencia, y valga la redundancia, nuestra independencia como seres únicos. Eso hace que, por ejemplo, ante una posibilidad de ascenso en la empresa, lo primero que se nos venga a la cabeza es que, si no superamos la prueba, es posible que se nos vea como inútiles o incapacitados, para seguir en nuestro puesto de trabajo y eso pueda conllevar a un despido. Lo que no pensamos, es que si nuestro intento a ese posible ascenso es positivo, animaremos a otros posibles candidatos en un futuro a dar el paso, ayudando así, con nuestra decisión a la toma de las decisiones de los demás.
Ir desvaneciendo fantasmas, no es ser un modelo a seguir, sino una excusa para que muchos sean capaces de mitigar esos temores y un motivo para que nosotros mismos sigamos luchando contra ellos.











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